En Estados Unidos, en el verano de 1981, simultáneamente en San Francisco y Nueva York, se detectaron numerosos casos de infecciones oportunistas (las que aprovechan la oportunidad de un sistema inmune enfermo, débil o destruido, para causar infección) y de enfermedades malignas en personas jóvenes, previamente sanas.
Este hecho llamó poderosamente la atención en el ambiente médico porque era inusual e inexplicable. Cuando se reunió experiencia suficiente, se confirmó la sospecha de que se trataba de una enfermedad producida por un agente infeccioso, probablemente un virus, que se transmitía por contacto sexual o a través de la sangre.
El virus fue identificado, en 1983, por Luc Montaigner, en Francia, y Robert Gallo, en Estados Unidos. Se trata de un virus que destruye selectivamente algunos de los mecanismos celulares con los que el organismo humano se defiende frente a infecciones y tumores, deteriorando así ciertos elementos básicos de nuestro sistema inmune.
Por esa razón, se acuñó para él el nombre de Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH), y para la enfermedad que causa el de Síndrome de la InmunoDeficiencia Adquirida (SIDA). Hasta el momento, se han identificado dos tipos: VIH-1 y VIH-2. El primero el más frecuente. En 1985, se pusieron a punto las primeras pruebas de laboratorio, hoy muy perfeccionadas, para detectar la presencia del virus y poder así diagnosticar a las personas infectadas.
¿Cómo evoluciona la infección por VIH?
Suelen distinguirse tres fases:
1. Una fase inicial o aguda, de varias semanas de duración.
2. Una fase de latencia clínica en la que el paciente infectado puede no presentar ningún síntoma. En ella, el virus persiste activo dentro de las células, aunque con intensidad muy variable de unos pacientes a otros. Esta fase puede ser de duración muy variable, aunque en la mayoría de los enfermos suele durar de 8 a 10 años.
3. Una fase final o de crisis, que clínicamente corresponde a lo que propiamente se ha de denominar SIDA.
Los nuevos tratamientos han logrado alargar notablemente la expectativa y la calidad de vida de los pacientes de SIDA.
¿Cómo se transmite el VIH?
A partir del momento en que queda contagiado, todo individuo infectado por el VIH puede transmitirlo a otras personas. Ello ocurre a pesar de que la mayoría de las veces, ese individuo ignora que es un activo transmisor de la enfermedad.
Sabemos hoy que la infección por VIH puede adquirirse a través de los siguientes mecanismos:
a) Transmisión vertical, de madre a hijo:
- de gestante infectada al feto (maternofetal).
- durante el parto o la lactancia materna (perinatal).
b) Por transfusión de sangre (o administración de derivados de la sangre) contaminada por el VIH. A partir de 1985, está vía ha perdido importancia.
c) Por transmisión sexual, al mantener relaciones sexuales con una persona infectada por el VIH.
d) Por inoculación de sangre infectada:
- al compartir jeringuillas o agujas usadas por sujetos infectados por el VIH.
- por pinchazo accidental con una aguja procedente de paciente infectado.
¿Qué síntomas produce?
La infección inicial, que puede cursar en muchos casos sin producir síntomas, puede también provocar en muchos otros un cuadro clínico parecido al de la mononucleosis infecciosa, consistente en fiebre, inflamación de los ganglios del cuello, malestar y erupción cutánea.
En la fase crónica o de latencia, la mayoría de los enfermos no presentan ningún síntoma. Algunos, en especial los drogadictos, pueden presentar una cifra baja de plaquetas.
Un número pequeño de pacientes puede presentar alteraciones del sistema nervioso central o periférico.
La fase final se caracteriza por un deterioro progresivo del estado general, que tiene como manifestaciones más frecuentes la pérdida de apetito, adelgazamiento, fiebre y diarrea. Aparecen entonces las infecciones oportunistas (neumonía por Pneumocystis carinii, tuberculosis, infecciones por hongos y virus), los tumores malignos (sarcoma de Kaposi, más frecuente en homosexuales, linfomas de Hodgkin o no hodgkinianos, cáncer de cuello uterino y de la región ano-rectal); y los trastornos neurológicos.
¿Cómo se diagnostica?
El diagnóstico se realiza mediante un análisis de sangre que permite identificar, bien alguno de los componentes del virus (principalmente su RNA), bien los anticuerpos formados frente a alguno de esos componentes. Estos análisis son muy sencillos de realizar y permiten establecer con certeza si existe o no infección.
En los pocos casos en que pudiera quedar duda, se realizan pruebas complementarias para confirmar el diagnóstico, como el Western blot. No es necesario recurrir al cultivo. La determinación cuantitativa del RNA, denominada «carga viral» se ha incorporado como prueba de rutina, pues es muy útil desde el punto de vista pronóstico y para evaluar la eficacia del tratamiento.
Permite un diagnóstico de la infección más precoz que la detección de anticuerpos: éstos no aparecen en sangre sino al cabo de unas 4-6 semanas. Durante ese tiempo llamado período "de ventana", el análisis para detectar anticuerpos es negativo, pero el individuo transmite la enfermedad.
¿Cuál es el tratamiento?
El objetivo de los tratamientos actuales con los nuevos fármacos, es suprimir la replicación del VIH, pero todavía no disponemos de medicamentos que lo consigan por completo. Sin embargo, es cierto que esos nuevos medicamentos, combinados entre sí, han mejorado de forma muy sensible la expectativa y la calidad de vida de los enfermos y han reducido notablemente la aparición de complicaciones infecciosas.
Actualmente, el objetivo terapéutico es conseguir reducir la carga viral a niveles indetectables por los métodos analíticos (20-50 copias por mililitro de plasma) y, mantenerla en estos niveles el mayor tiempo posible. El tratamiento, y también la prevención, de las complicaciones infecciosas se hace de forma específica para cada una de ellas, con buenos resultados. Los tumores, sin embargo, siguen siendo un problema sin solución, dada la enorme agresividad que presentan en estos pacientes.
¿Cómo se previene la infección por VIH?
Así pues, carecemos de tratamiento curativo para la enfermedad causada por el VIH. Por tanto, las medidas preventivas correctamente aplicadas son, de momento, el único medio de enfrentar eficazmente la infección. Son varios los procedimientos que pueden incluirse entre las medidas de prevención, entendiendo por tales aquellas que «evitan» contraer la infección.
Dado que nos enfrentamos, no a un cuadro trivial para el que podrían aceptarse medidas preventivas que ofrecieran una seguridad relativa, sino a una enfermedad para la que hoy no disponemos de tratamiento curativo y que tiene una tasa de mortalidad muy alta, es evidente que a las medidas preventivas que puedan aplicarse debe exigírseles una seguridad próxima al 100 por cien.
No se dispone en la actualidad de vacunas que nos hagan inmunes contra la enfermedad, y no parece que se pueda disponer de ellas en menos de 10 años. Por ello, es necesario recurrir a otras medidas preventivas, que vayan dirigidas a impedir la entrada del virus en el organismos de la persona sana. Esas medidas se aplican en diferentes circunstancias.
Infección por transfusión de sangre o administración de productos derivados de ella hoy,en los países desarrollados, gracias a las pruebas que se realizan a los donantes, no existe prácticamente este riesgo de infección.
Transmisión materno-fetal. Se consigue, mediante el tratamiento anti-retroviral de la madre durante el embarazo, disminuir el riesgo de transmisión de la enfermedad al niño a porcentajes muy bajos, del orden de menos del 5 por ciento.
Drogadicción
La prevención más eficaz consiste en abandonar el uso de drogas por vía endovenosa en todo caso, es esencial no compartir jeringuillas con individuos infectados accidental es la que se da, por pinchazos o cortes, en médicos o enfermeras cuando atienden a pacientes infectados las medidas para evitar el desarrollo de la infección (tratamiento anti-retroviral) son conocidas por el personal sanitario, que las han de poner en práctica de modo inmediato.
Trasplante de órganos
El riesgo es nulo, pues la ley exige que se compruebe previamente que el donante no está infectado.
Transmisión sexual
Es junto con la drogadicción, el mecanismo más importante de transmisión del VIH. El contagio se produce porque el semen y las secreciones vaginales de los pacientes infectados por VIH suelen contener gran cantidad de partículas virales, que con ocasión de las relaciones sexuales y a través de pequeñas erosiones de las mucosas (genitales, anal u oral), invaden el organismo, alcanzan el torrente circulatorio y producen la infección.
Los métodos de prevención para este mecanismo de transmisión, tratan de establecer una barrera impenetrable para el virus y así evitar el contagio. El más utilizado y recomendado es el preservativo, porque teóricamente cumpliría este objetivo; pero la realidad demuestra que el método presenta fallos que dependen del tipo de práctica sexual, material empleado, uso o no de lubricantes, coexistencia de otras enfermedades de transmisión sexual, etc.
Los porcentajes de fallos del preservativo que se recogen en la bibliografía científica son muy variables y oscilan entre un 2 por ciento y un 30 por ciento.
Sea cual sea la cifra real, estos datos permiten afirmar con rotundidad un hecho
El uso del preservativo, disminuye, pero no elimina, el riesgo de infección a través de una relación sexual por eso sigue estando plenamente vigente el parecer, admitido por toda la comunidad científica de que: «La abstinencia y las relaciones sexuales, en el seno de una pareja mutuamente fiel y no infectada, son las únicas estrategias preventivas,totalmente eficaces.
La utilización del preservativo, en cada relación sexual, puede reducir, pero no elimina el riesgo de contraer el SIDA»(MMWR - Morbidity Mortality Weekly Report. Centers for Disease Control and Prevention. Atlanta. Georgia-1988; 37/ nº 7,9). Mantener relaciones sexuales con personas infectadas o desconocidas equivale a correr un riesgo de infectarse por el VIH. No es científicamente correcto hablar de «sexo seguro», cuando no se siguen las estrategias eficaces arriba citadas.
nota
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Las decisiones relativas a la salud deben ser tomadas por un profesional sanitario, considerando las características únicas del paciente.
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