viernes, 9 de agosto de 2013

Las mañanas no matan


Ser Torrente. O, por lo menos, encontrárselo. Resulta que entre las aspiraciones de los festivaleros antes de morir hay algunas muy terrenales. También hay quien pide simplemente “vivir” o “una cita con un soldado”. Y quien contesta, una línea más abajo: “Soy un soldado. Nos vemos aquí a las 19.38”. Estas y más frases aparecen en un muro negro que el festival de Sziget ha dedicado a todo aquel que quiera expresar con un yeso y algo de fantasía su principal deseo antes de abandonar este planeta.

La pared de la esperanza es una de las atracciones para pasar el rato en el enorme certamen de Budapest a la espera de que, a las 16.00, el gran círculo de la música se ponga en marcha otra vez. Hoy, en concreto, el cabeza de cartel es Blur. Aunque, en realidad, las notas nunca paran ya que cada hora y cada pequeño escenario valen para reunir a un puñado de asistentes e improvisar un concierto de rockabilly, montar un dj set o tocar algún remake.

Sin embargo, por lo demás, la mañana en esta isla gigantesca de bosques y mosquitos en medio del Danubio fluye con cierta tranquilidad. Los pies que se asoman de decenas de tiendas dejan constancia de que algunos aun no han superado la noche anterior. Otros, los más espabilados y pacientes, acuden a un área de juegos de lógicas, para volcar las energías que les quedan en un tablero de ajedrez. 

O en resolver ese cacharro infernal y frustrante llamado cubo de Rubik. Asegura Barnabas Turi, uno de los que trabaja en el estand, que él ahora tarda 30 segundos en recomponerlo y que el primer paso es conseguir dibujar una cruz. También cuenta que muchos de los que se sientan a aprender acaban arrojando la toalla,O apostándose una cerveza para acrecer el desafío.

A escasos metros, se puede asistir a un curso de danza o recibir un masaje tailandés. Y, caminando un poco más, es posible -aunque no recomendable, sobre todo antes de comer- probar un pastis, el licor con sabor a anís típico de Marsella. Es una de las peculiaridades que ofrecer el campamento de los franceses, los únicos junto con los italianos en tener una zona de tiendas y estructuras exclusivamente dedicada a ellos. 

“Te hablan francés, puedes recargar el móvil y hay wi-fi, seguridad, croissants y baguettes”, aclara algunas de las ventajas András Derdá, promotor de Sziget para los países francófonos. Aunque, para acampar aquí hacen falta 45 euros más respecto al precio original (49 euros para un día, 229 una semana).

Con sus 4.000 asistentes diarios, Francia es de los países que más público aporta a Sziget, por detrás de Holanda e Italia. Y de este último país proceden precisamente tres chicas que cogen el puente que lleva a la república musical independiente -hasta cuenta con pasaporte y definición: los sziudadanos- de Sziget. Antes de entrar, se sacan una foto y cuentan que acaban de llegar y es su primera vez en Budapest.

Se encontrarán, a lo largo de estos días, con las más de 350.000 personas que la organización prevé acoger hasta el domingo. Y con todos los entretenimientos que el festival ofrece más allá de los conciertos. Aunque, por muchos pasatiempos que haya, algunos festivaleros preferían esta mañana el turismo. 

Así, al acceder a la isla se encontraba uno con horda de madrugadores que arrastraban sus gafas de sol y su andadura a lo The walking dead hacia el tren para ir a dar una vuelta por Budapest. O, quien sabe, tal vez fueran en busca de Torrente.

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