viernes, 5 de julio de 2013
La Infidelidad
No es posible establecer los mecanismos "psicológicos” de la infidelidad porque no existen factores universales que la expliquen. Entender cómo se desencadena una infidelidad es complejo. Sin embargo, la experiencia terapéutica nos permite sacar variadas conclusiones. Caso a caso, podemos descubrir los mecanismos que han actuado en su inicio, mantención o término.
Por ejemplo, que las rupturas conyugales no son producto de una infidelidad sino de una relación gastada, de muy mala comunicación. Según el psicólogo Alfonso Luco, "cuando hay una situación de impasse, de pugna, la relación extraconyugal es como un reventón, un síntoma, una consecuencia. Muchas veces, incluso, el infiel deja las evidencias para que lo pillen”.
O que el mito de la “media naranja” es solo eso. No es verdad que la pareja pueda llenar todas nuestras necesidades de afecto, comprensión y comunicación. En la mayoría de los casos, esta creencia se frustra en la vida cotidiana. No porque la pareja esté mal orientada sino porque es un error pretender que otra persona calce con nuestra inmensa gama de necesidades y matices. Más erróneo es pretender que no existe alguien, distinto al cónyuge, que pueda calzar mejor con dicha gama.
El sentido de propiedad también sería, al menos en nuestra cultura, un factor importante en el desarrollo de la infidelidad y en cómo se la vive. Si somos objeto de una infidelidad, nos sentimos despojados de algo que nos "pertenecía". Es como si nos robaran el auto sin tenerlo asegurado. Si somos nosotros los infieles, nos negamos a aceptar que nuestro cónyuge haga lo mismo. Por ello, parte del sentimiento de hecatombe se fundamenta en el metamensaje que nos entregan al casarnos: adquirimos un bien que nos durará "para toda la vida". Pero el amor no trae garantía…
Otra conclusión es que los mensajes contradictorios con los que nos bombardean promueven la infidelidad pero son muy dañinos. Por un lado, se nos enseña que "lo bueno" es ser fiel pero junto a ese valor social explícito, coexiste el mensaje implícito, contrario. Culturalmente, se sanciona la infidelidad pero, al mismo tiempo, se incita a practicarla. Según Alfonso Luco, este tipo de señales son dañinas porque provocan culpa y generan ambivalencia y angustia.
“El que valgan lo mismo dos sentimientos que debieran oponerse provoca conflictos severos, los que son más serios mientras más se profesen los valores que impone la sociedad”. Las personas de valores muy rígidos luchan por ganarle a la tentación, lo que acentúa la culpa. En todo caso, añade, tener valores rígidos no impide que se transgredan. “Pero al hacerlo, las infidelidades son más destructivas y, a veces, más sórdidas porque es más difícil integrarlas”.
El vistazo por el ojo de la consulta también nos permite concluir que las mujeres son menos disociadas. Por ello, cuando son infieles, tienden a involucrarse afectivamente (y a separarse más que los hombres). Ellos, en cambio, tienen incorporada socialmente la disociación, por lo que son más capaces de ser infieles sin compromiso afectivo y, si ven que se están enamorando, se retiran. La insatisfacción sexual le sirve al hombre para justificar su infidelidad pero no para concretar una ruptura matrimonial. El hombre tiene una suerte de resignación frente a la mala relación, sexual o afectiva. Para él, no es un factor importante para separarse, sí para ser infiel.
Culturalmente, también se da la creencia que la mujer no tiene necesidades sexuales inminentes y el hombre sí. Quizás por esta razón, las mujeres perdonan una infidelidad en mayor proporción que los hombres. Lo hacen por razones emocionales y también prácticas (por ejemplo, económicas) o porque tienen internalizado que el hombre tiene derecho a “consumir” más mujeres. Y muchas veces actúan como el ciego que no quiere ver. Mientras no se les desorganice la vida y mientras no se las dé "por enteradas", prefieren no ver la infidelidad. Aunque sospechen muchos más de los hombres que ellos de ellas…
También se puede observar que la infidelidad en las mujeres ha aumentado considerablemente. Podría deberse a la reivindicación de sus derechos, lo que incluiría el “derecho a ser infiel”. O la búsqueda de más y mejor afecto. Hace 40 0 50 años, a los hombres les costaba concebir la infidelidad femenina. Hoy, como señala la psicóloga Andrea Rodó, “las mujeres son infieles cuando sienten que han dejado de existir para sus esposos y no logran sentirse gratificadas afectivamente, reconocidas y amadas, no solo en la intimidad, sino también en la convivencia cotidiana. La mujer busca en el acto sexual no solo el placer sino un espacio afectivo y de reconocimiento”.
No necesariamente busca un amante.
Al ser infieles, las mujeres son más cuidadosas. Tratan de pasar inadvertidas. Y serían aquellas de escasos recursos quienes lograrían resguardar mejor sus secretos en los hombres, en tanto, las infidelidades son más casuales, menos trascendentes. Más bien, obedecen a una necesidad de probar su virilidad, dándose un porcentaje importante de la infidelidad masculina durante el embarazo y el post parto de su mujer.
Asimismo, podemos concluir que las mujeres temen poco a la comparación. El hombre es más frágil en su seguridad primaria, por ejemplo, en el porte de su pene, en "cómo hará el amor el otro". Por ello, muchos no dan importancia a la profundidad del sentimiento, sino al si hubo o no sexo. Puesto gráficamente, la pregunta planteada por el hombre a la infiel sería: "¿Te acostaste con él?". En tanto la pregunta de la mujer engañada sería: "¿Te enamoraste de ella?"
Finalmente, otra conclusión es que, en la infidelidad, lo que más duele es la traición, el engaño. Una frase que se escucha mucho en la consulta es "no me importa tanto que lo haya hecho como que no me lo haya contado”. Pareciera ser que si el sentimiento se comunicara, el otro ya no lo viviría como infidelidad…¿Será verdad?
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